Era la más tranquila de todas ellas. A decir verdad, ni siquiera me agradaba el olor a licor, el de ninguno, pero se mantenían insistiendo en llenar una bolsa tras otra con aquellos brebajes amargos. El resto de la gente que estaba en la tienda, en su mayoría viejos trogloditas, nos miraba curiosos o como si fuésemos causas perdidas. Yo sonreía nerviosa, intranquila, mientras las chicas seguían pasando botellas en la caja.
-Para –le dije finalmente a Gabrielle, quien era la más emocionada con esta compra nocturna.
-¿Algo más? –consultó el chico que atendía. Un moreno, como de metro sesenta y con una cara de aburrido que nadie podía pasar por alto.
-No, con esto es suficiente –respondí muy al pesar de mis compañeras. Él me dio el valor total de la compra y yo comencé a buscar el dinero que habíamos recolectado… Metí mi mano en los bolsillos de mi blue jeans, pero no traía la billetera. Luego recordé que la había dejado en el auto. –Pásame la llave –Emma me la puso sobre las manos y yo salí corriendo hacia donde habíamos estacionado aquel cacharro que nos habíamos conseguido para el verano.
Hasta antes de ese momento no había notado el frío que hacía para ser Agosto. Miré al cielo. Las estrellas realmente lucían hermosas por esta noche. Seguí caminando, ya apenas faltaban tres pasos para alcanzar la puerta de conductor. Mis ojos divagaron por los alrededores. Sonreí ante la idea de que, al parecer, muchos tenían ganas de beber hasta terminar botados en el suelo. Estaba totalmente lleno de autos buscando donde estacionarse.
-Oye –oí decir a una voz masculina. Yo no la tomé en cuenta, sino que metí la llave en la puerta de la máquina aquella y la abrí. –Oye, bonita –insistió el mismo vozarrón. Sólo por curiosidad, esta vez miré disimuladamente. Un tipo alto me estaba saludando como si me conociera de toda la vida. No me quedó otra que dar la cara. –¿Estarás mucho tiempo más ocupando ese espacio? –consultó sumamente sonriente.
-No –dije –ya casi salimos de aquí –volteé una vez más hacia el interior y busqué la billetera. Estaba dentro de la guantera.
-¿Te importaría cederme el lugar una vez que salgas?
-No, en absoluto –respondí mientras cerraba la puerta, poniéndole alarma (Uno nunca sabe).
-Vale –escuché. Yo ya iba caminando de regreso a la tienda. -¡Gracias! –gritó. No pude evitar sonreír.
Apenas estuve dentro, Gabrielle se lanzó sobre mí y me quitó el dinero para terminar de una vez con esa compra. El tipo de la caja le coqueteaba disimuladamente, pero ella estaba bastante mareada como para darse cuenta. Entonces él debió haber dicho algo, porque su voz inusual respondió con un sonoro “Esa perra se demoró, no me culpes”.
Moví mi cabeza en señal de negación, más bien, de resignación. La conocía y esa era una forma bastante sutil de tratarnos.
Finalmente tomé una bolsa y el resto se las repartieron entre Emma, Gabrielle y Andy. Salí adelante y les sostuve la puerta para que las tres pasaran sin mayores inconvenientes.
-Mira –dijo Andy, mirándome con intenciones de oír algún tipo de comentario a favor del espécimen que estaba de pie junto a nuestra chatarra. Las miradas emocionadas y cómplices de mis amigas fueron reacción inmediata.
Revisualicé al tipo que me había hablado anteriormente. Aparte de ser alto, tenía un cabello largo y lacio de color castaño, casi naranjo y unos bellísimos ojos del más hermoso de los cielos durante verano. Y no había notado nada de eso mientras intercambiaba palabras con él.
-Hola –saludó Gaby, toda una conquistadora, cuando estábamos a unos diez pasos del extraño. Él le respondió de forma agradable, mas de inmediato se corrió para dejarnos el paso. Las chicas pusieron las bolsas en el asiento trasero, incluso la mía. Yo me instalé junto a las compras, mientras Emma tomaba la posición de conductora.
-Gracias, bonita –entonó el chico con aquella masculina voz, al mismo tiempo que nuestra piloto apretaba el acelerador y movía el volante para salir de allí.
No pude contener una sonrisa coqueta dentro de mis labios, lo que significó, de inmediato, que comenzaran a molestarme.
-Pero si nuestra Alice ha coqueteado con un tipo –musitó Gabrielle, que iba a mi lado, mientras destapaba una botella de ron.
-Cállate alcohólica de mierda –le respondí, sin poder borrar esa sonrisa idiota de mis labios.
-¡Pero mírenla, por Dios!
Ella era escandalosa, así que no me sorprendía que se pusiera a hacer un gran circo por una simple acción natural. Emma estaba muerta de la risa, al igual que Andy, pero no se dedicaban mucho al tema de molestar. Ya, al menos, cada una tenía su rol bastante claro.
Mi compañera de asiento se bebió un buen sorbo de la botella y luego apartó el licor y se acercó hasta quedar muy cerca de mi cuerpo (A veces le daban sus ataques de lesbianismo).
-¿Ya no te gusto? –preguntó. Solté una carcajada divertida.
-No, cariño.
-Pero si yo te quiero –insistió, posando su mano derecha sobre mi regazo.
-Lástima que yo no sea lesbiana, corazón.
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