lunes, 29 de junio de 2009

I want to be free

Abrir los ojos y descubrirte encerrada entre cuatro paredes invisibles a las que el resto del mundo normalmente llama “Moral”, “Ética”, “Sentido Común” y “Dignidad”, no es agradable, sobretodo al notar que, a tu lado, yacen tres chicas intoxicadas con alcohol y restos de alucinógenos. Peor aún es cuando tú misma te haces prisionera de aquellos prejuicios. ¿Qué sabe la gente de mí? Nada. ¿Por qué, entonces, me preocupo de ellos? Quizás la respuesta radica en mi tontería natural. Mi defecto de nacimiento. Una falla de fábrica, cuya corrección tampoco había sido posible por culpa de pérdida de la factura. Sonreí.

Ninguna despertaría antes de las seis de la tarde. Yo, sin embargo, estaba siendo atacada por mis ataques de moralidad y verlas en aquel estado deplorable se hacía demasiado para mi limitado juicio valórico, por lo que, después de darme una ducha, opté por salir a caminar a la costanera de ese pueblito.

Era un típico día de verano. Corría una leve brisa que te impregnaba el olor a mar en las narices. Las nubes en lo alto, era apenas débiles y tenues cicatrices del día anterior, que, seguramente, desaparecerían antes de la hora del almuerzo. Lo bueno de estos pueblos pequeños es la tranquilidad que emana desde el suelo. Ni siquiera la insólita movilidad de la gente, que acostumbraba a llegar apenas para fechas como estas, podía hacerle perder brillo y majestuosidad al alentador panorama. Caminé mucho tiempo por la calle principal hasta encontrarme con el litoral, en donde busqué un lugar donde poder respirar sin interrupciones. A la izquierda logré encontrar algo similar a lo que deseaba y fui en su caza.

-Lo siento, eso está ocupado –oí desde atrás. Yo volteé para descubrir al causante de una nueva búsqueda. De seguro sería algún viejo de esos que se dedican a pasear con su perro o con el periódico en la mano. Pero erré. –Hola –dijo. Y la más hermosa de las sonrisas que antes hubiese visto se presentó ante mí.

-Hola –logré articular, ni siquiera sé como. –Disculpa –agregué de inmediato –no sabía que estaba ocupado.

-No. Está bien. Si quieres puedes ocuparlo, puedo encontrar otro lugar –hablaba rápido, como si algo viniera persiguiéndolo.

-No es necesario. Yo sólo vengo de pasada, me iré muy rápido, así que puedes quedarte también.

Al menos a mi parecer, era lo más justo. Además yo venía sola y él también parecía estarlo. Me senté sobre la rústica banca. Comencé a respirar como en clases de yoga, esperando a que toda la paz posible entrara en mi cuerpo de forma casi mágica. Esta era la parte del día en la que mi yo interior se encontraba con el inconciente de mi cuerpo. Era el momento de meditar.

-¿Cómo estuvo lo de anoche? –me interrumpió. Yo tenía los ojos cerrados (para la concentración), mas la reacción inmediata, después de oír como su voz atravesaba el aire hasta colarse y alojarse al interior de mis tímpanos, fue abrirlos de golpe.

-¿Disculpa?

-Llevaban muchas botellas. Supuse que habían tenido una buena juerga –aclaró. Lucía una sonrisa calmada, pero agradable, de esas que te dan ganas de ver por horas y horas sin sentir la necesidad de descansar.

-Las chicas quedaron tiradas sobre el suelo –dije.

-¿Y tú?

-Yo no tomo –hice un pequeño silencio que, por suerte, él no interrumpió –Ni me drogo.

No tengo idea porqué agregué eso. Era, tal como ya había mencionado, otro de mis errores de fábrica, de esos que abundaban en mí. Hablaba mucho y justamente cuando no debía hacerlo. Ahora sería la chica santa a la que todos los hombres ven como “la amiga”.

-Genial.

Quizás lo dijo sólo por cortesía. De hecho, era lo más probable. Yo volví a cerrar mis ojos, aunque, en esta oportunidad, era sólo para evitar mirarlo y sentir remordimiento por haberlo asustado. Era demasiado hermoso como para no sentir esa culpa que te da vuelta en la cabeza por muchos meses. Yo tampoco era de las que superaba fácil.

-Casi no quedan chicas como tú.

-¿No? –él negó. –Yo pensé que abundaban como ratas.

-Me llamo Alex –su mano tocó su pecho, señalándose. Sonreí.

-Si la tónica es esta, creo que te seguiré encontrando a cada parte que vaya.

-Claro.

-Yo soy Alice –una ligera mueca, similar a una sonrisa tierna se formó en mis labios, dejando entrever algo de mis dientes.

El reloj había corrido tan rápido que no noté cuando ya estaba comenzando a oscurecer. Alex era un tipo divertido, de esos que no se callan, que se ponen nerviosos, que si le rebates una cosa, ocupan tus propias palabras para transformar su argumento y terminar teniendo la razón. Era agradable.

-¿Tan tarde se ha hecho? –fingió sorpresa cuando le dije que debía regresar a la cabaña para asegurarme de que mis amigas continuaran vivas. –No he notado el paso de la hora –añadió.

Era todo un coqueto. No quería salir de estas vacaciones sin alguna conquista y, al parecer, yo estaba dentro de su lista… Una mujer sabe cuando es requerida por un espécimen masculino. Son demasiado obvios.

Caminó a mi lado, hasta que ya no le permití llegar más lejos. A dos cuadras del lugar donde nos hospedábamos me despedí de la forma más amable posible, un débil “adiós” y un saludo con la palma.

-Te cuidas –fue lo último que oí antes de que me perdiera tras la hilera de coches que se dirigían a la plaza. Casi había olvidado que hoy había carnaval.

sábado, 6 de junio de 2009

Liquor Store

Era la más tranquila de todas ellas. A decir verdad, ni siquiera me agradaba el olor a licor, el de ninguno, pero se mantenían insistiendo en llenar una bolsa tras otra con aquellos brebajes amargos. El resto de la gente que estaba en la tienda, en su mayoría viejos trogloditas, nos miraba curiosos o como si fuésemos causas perdidas. Yo sonreía nerviosa, intranquila, mientras las chicas seguían pasando botellas en la caja.

-Para –le dije finalmente a Gabrielle, quien era la más emocionada con esta compra nocturna.

-¿Algo más? –consultó el chico que atendía. Un moreno, como de metro sesenta y con una cara de aburrido que nadie podía pasar por alto.

-No, con esto es suficiente –respondí muy al pesar de mis compañeras. Él me dio el valor total de la compra y yo comencé a buscar el dinero que habíamos recolectado… Metí mi mano en los bolsillos de mi blue jeans, pero no traía la billetera. Luego recordé que la había dejado en el auto. –Pásame la llave –Emma me la puso sobre las manos y yo salí corriendo hacia donde habíamos estacionado aquel cacharro que nos habíamos conseguido para el verano.

Hasta antes de ese momento no había notado el frío que hacía para ser Agosto. Miré al cielo. Las estrellas realmente lucían hermosas por esta noche. Seguí caminando, ya apenas faltaban tres pasos para alcanzar la puerta de conductor. Mis ojos divagaron por los alrededores. Sonreí ante la idea de que, al parecer, muchos tenían ganas de beber hasta terminar botados en el suelo. Estaba totalmente lleno de autos buscando donde estacionarse.

-Oye –oí decir a una voz masculina. Yo no la tomé en cuenta, sino que metí la llave en la puerta de la máquina aquella y la abrí. –Oye, bonita –insistió el mismo vozarrón. Sólo por curiosidad, esta vez miré disimuladamente. Un tipo alto me estaba saludando como si me conociera de toda la vida. No me quedó otra que dar la cara. –¿Estarás mucho tiempo más ocupando ese espacio? –consultó sumamente sonriente.

-No –dije –ya casi salimos de aquí –volteé una vez más hacia el interior y busqué la billetera. Estaba dentro de la guantera.

-¿Te importaría cederme el lugar una vez que salgas?

-No, en absoluto –respondí mientras cerraba la puerta, poniéndole alarma (Uno nunca sabe).

-Vale –escuché. Yo ya iba caminando de regreso a la tienda. -¡Gracias! –gritó. No pude evitar sonreír.

Apenas estuve dentro, Gabrielle se lanzó sobre mí y me quitó el dinero para terminar de una vez con esa compra. El tipo de la caja le coqueteaba disimuladamente, pero ella estaba bastante mareada como para darse cuenta. Entonces él debió haber dicho algo, porque su voz inusual respondió con un sonoro “Esa perra se demoró, no me culpes”.

Moví mi cabeza en señal de negación, más bien, de resignación. La conocía y esa era una forma bastante sutil de tratarnos.

Finalmente tomé una bolsa y el resto se las repartieron entre Emma, Gabrielle y Andy. Salí adelante y les sostuve la puerta para que las tres pasaran sin mayores inconvenientes.

-Mira –dijo Andy, mirándome con intenciones de oír algún tipo de comentario a favor del espécimen que estaba de pie junto a nuestra chatarra. Las miradas emocionadas y cómplices de mis amigas fueron reacción inmediata.

Revisualicé al tipo que me había hablado anteriormente. Aparte de ser alto, tenía un cabello largo y lacio de color castaño, casi naranjo y unos bellísimos ojos del más hermoso de los cielos durante verano. Y no había notado nada de eso mientras intercambiaba palabras con él.

-Hola –saludó Gaby, toda una conquistadora, cuando estábamos a unos diez pasos del extraño. Él le respondió de forma agradable, mas de inmediato se corrió para dejarnos el paso. Las chicas pusieron las bolsas en el asiento trasero, incluso la mía. Yo me instalé junto a las compras, mientras Emma tomaba la posición de conductora.

-Gracias, bonita –entonó el chico con aquella masculina voz, al mismo tiempo que nuestra piloto apretaba el acelerador y movía el volante para salir de allí.

No pude contener una sonrisa coqueta dentro de mis labios, lo que significó, de inmediato, que comenzaran a molestarme.

-Pero si nuestra Alice ha coqueteado con un tipo –musitó Gabrielle, que iba a mi lado, mientras destapaba una botella de ron.

-Cállate alcohólica de mierda –le respondí, sin poder borrar esa sonrisa idiota de mis labios.

-¡Pero mírenla, por Dios!

Ella era escandalosa, así que no me sorprendía que se pusiera a hacer un gran circo por una simple acción natural. Emma estaba muerta de la risa, al igual que Andy, pero no se dedicaban mucho al tema de molestar. Ya, al menos, cada una tenía su rol bastante claro.

Mi compañera de asiento se bebió un buen sorbo de la botella y luego apartó el licor y se acercó hasta quedar muy cerca de mi cuerpo (A veces le daban sus ataques de lesbianismo).

-¿Ya no te gusto? –preguntó. Solté una carcajada divertida.

-No, cariño.

-Pero si yo te quiero –insistió, posando su mano derecha sobre mi regazo.

-Lástima que yo no sea lesbiana, corazón.

viernes, 29 de mayo de 2009

Automatic Eyes


Staring at the mirror through your hair,
You can’t see everything that you did to me.
With your automatic eyes, five years disappeared.

Five years disappeared that night.

Do you want me to stay,

Do you want me to go?

Do you think I recognize

The look on your face when you think that
I know?
Blinded as the shades draw closed,

Time’s up for us
Would you want me to go,
If you knew what I know?

If you knew what I know.

Staring at the wall above the bed,

I can’t sleep with all the secrets that you keep.

With your automatic eyes,

Five years disappeared.

Five years disappeared that night.

domingo, 24 de mayo de 2009

My Way Home Is Through You.


Capítulo 1

Volteé a mirar como el bus se alejaba en dirección al centro de la ciudad, desde donde uno, que no conoce, puede ubicarse mejor. Eso era lo que, al parecer, ocurría en todas las metrópolis. Me insulté en mi fuero interno por no haberme apurado un poco más. Tenía el tiempo contado y, más encima, el único bus que me permitiría llegar a la hora se me había pasado. Patético. Entonces, mi cara de extranjero y yo nos quedamos sentados, mirando como la gente pasaba delante de nosotros sin siquiera dignarse a pasarse de forma fugaz por la cabeza que podría hacer un tipo como yo, mirándolos. Simplemente parecía darles lo mismo.

-Eso pasa en las ciudades grandes –interrumpió una voz. Al instante miré para descubrir quien había tenido la amabilidad de tenderme la mano. –¿Necesitas ayuda? –consultó enseguida un chiquillo de baja estatura y grandes ojos de color avellana, que venía envuelto en un abrigo que le llegaba hasta las rodillas. Parecía, apenas, un adolescente.

-Necesito llegar al centro –respondí. No estaba en condiciones de rechazar ayuda de alguien en una ciudad hostil, como lo era Nueva York.

-Sólo necesitas tomar un taxi.

-Claro… –me quedé callado. Perdí varios valiosos minutos sin barajar la posibilidad de tomar un taxi. Había que ser realmente estúpido. –De todas formas ya no llego. Gracias por la ayuda –añadí, después de decidir. Lo estaba haciendo a modo de despedida.

-¿De dónde eres? –soltó. Sus ojos curiosos me recorrieron en gloria y majestad. Primer norteamericano que era tan agradable con alguien como yo. Interesante.

-He vivido siempre en Londres, pero soy norteamericano, como tú –él asintió a medida que mis palabras se escapaban de mis labios.

-Pero no de Nueva York –sonrió después de hablar. Yo me limité a asentir con cortesía, así como él la había tenido conmigo. –Después de un tiempo te acostumbras. Tampoco soy de esta ciudad, pero hay que perseguir las oportunidades.

Mantuve mi sonrisa, mientras él se explayaba y me explicaba como había ido a parar a una de las urbes más importantes del mundo, con apenas unos tiernos 17 años.

-Bueno, ¿Y dónde te quedas? –preguntó, una vez finalizado su relato.

-Para eso necesito llegar al centro –él comenzó a mirarme con escepticismo. –Hay buenos lugares en el centro.

-Hay hermosos lugares en Manhattan, pero carísimos –oh claro. El factor dinero era algo determinante en Estados Unidos, por poco lo paso por alto.

-Si, tienes razón –comenté. Lo que menos quería era posicionarme en un término distinto al que él me estaba dando. –¿Conoces algún lugar?

Emitió unas carcajadas. Al parecer mi pregunta parecía demasiado tonta como para ser contestada antes de burlarse.

-Te encontraste con la persona correcta –añadió una vez finalizada su dosis de alegría. Era inevitable sentir simpatía por el diminuto ser que se me había presentado casi como un ángel para guiarme en esta nueva parte de mi vida, en la que, lo único que necesitaba, de momento, era encontrar un hogar. Uno en el que sólo hubiese cabida para mi cara de extranjero y yo.

Al lugar donde Frank me había llevado (En el trayecto me enteré de su nombre) no era precisamente uno de los lugares que yo habría considerado para asentarme por ahora. Sin embargo, después de un momento la idea de permanecer allí se veía bastante más tentadora que gastarme una millonada para tener vista al mar y a los rascacielos de la gran urbe.

-No es el mejor barrio, pero es cómodo. Y barato –seguía sonriendo. Entonces también le dediqué el fantasma de una sonrisa tímida, como todas las que había estado intentando regalar a medida que el día iba desfilando delante de mis ojos.

-Gracias por ayudarme –tuve que decir, obligatoriamente, después de ver como negociaba el precio del apartamento por mí.

-No es nada. Me he entretenido hoy, justo cuando pensaba en ir a la preparatoria a desordenar un poco. Me haz salvado del castigo y de mi madre. Gracias –enunció con sobrecargada alegría.

-Cuando gustes –solté, sin pensar.

-¿En serio?

-Claro.


Al empezar desde cero puedes elegir exactamente que es lo que quieres. Ahora ya no necesitaba ninguno de aquellos cojines que tenía en mi anterior cama. Ni siquiera la pintura de la pared era parecida. Respiré al fin con tranquilidad. Era precisamente esto en lo que estaba pensando cuando cogí mis tres maletas y atravesé el Atlántico. Aunque, claro, tenía un problema. Aquí no tenía ni una cama… Bien. Tocaría dormir en el suelo, o de pie… O de plano, no dormir.

-Nada que perder –dije en voz alta, como única forma de apoyar mi decisión.

El resto del departamento estaba amoblado. Tenía un gran ropero en donde poner mis pocas prendas, así que comencé por aquello. Me paseé varias veces desde un extremo del cuarto, al otro. Por primera vez en mucho tiempo me estaba tomando las cosas con toda la calma del mundo, ya, por fin, no tenía nada ni nadie que me presionara. Que bueno había sido alejarme de Londres. Caminé a la cocina y unos segundos antes de entrar, sentí el llamado a la puerta.

-¡Hola! –saludó Frank con energía. –Te traje algo de comida, porque recordé que no habías comprado.

Sin poder contenerlo, solté una enorme carcajada que me devolvió el alma al cuerpo. Sinceramente, ya había olvidado como era estar feliz, disfrutando de cosas aparentemente sencillas.

-¿Te molesta? –preguntó, quizás un poco contrariado por mi reacción.

-No, para nada –me excusé por mi falta de cortesía. –Es sólo que no me lo esperaba. Gracias –estiré mi brazo para ayudarle con las bolsas. Él me las cedió y entonces hice un gesto que lo invitaba a pasar.

viernes, 3 de abril de 2009

Que miedo. Viento.


Ahora que miro a través de la ventana veo todo con más claridad, aunque he de reconocer que todavía me cuesta creer que nada fue cierto...



La tranquilidad de los árboles era relativamente estresante. Estaba tensa al pensar que él todavía no cruzaba aquella puerta. Tenía miedo. Demasiado. Pero entonces ese particular olor traído por la brisa que corría en el exterior, sirvió de remedio para alivianar un poco la carga de su partida repentina y sin explicación.

-Te he traído unas naranjas del mercado -comentó mi hermana, poniendo, de inmediato, un par de bolsas sobre la mesa. Yo asentí y esbocé una sonrisa tímida. -Mujer, me estás dando miedo.

-Lo siento -me limité a contestar. Últimamente ni siquiera tenía ganas de hablar.

Era bastante evidente que ella no entendía lo que me pasaba, y está bien. Nadie tiene porqué enterarse de lo que ocurre contigo, de lo que te afecta, de lo que te duele, mucho menos, entonces, tienen motivos para saber que son las cosas que te hacen polvo... Y tampoco deberían saber cuando no abrir la puerta y dejar que el viento entre y te asuma como suyo...